domingo, 19 de octubre de 2014

balas al corazón

Llovía. Lo hacía de forma intensa, tanto que haber salido de aquella habitación sería una absoluta locura desde cualquier perspectiva. El agua rociaba nuestra ciudad de manera acuciante, mientras nos escondíamos bajo las sábanas de nuestro presente más pretérito sin tipo alguno de remordimiento. Las ventanas de mis ojos se bañaban con la más aguda de las tempestades, agitadas por un feroz viento y una serie inmensa de relámpagos sin compasión. Estábamos confusos. todo estaba en desorden. Si me preguntase a mí mismo dónde y cuándo ocurrió todo, ninguna respuesta medianamente coherente viajaría por mi mente. 

El caso es que nunca me interesó preguntármelo. Desplazándome, volátil, entre líneas de espacio y tiempo desbocadas, no se me pasó por la cabeza ni un segundo el hecho de querer saber qué estaba ocurriendo. Simplemente me limitaba a escuchar la lluvia caer, impávido, sobre el parqué, sin apenas tener recuerdos reales de cómo había llegado allí. La madera chirriaba un poco, el frío la había encogido y mi peso la hacía temblar. Aquel no parecía un escenario habitual para mí, siempre seguro, siempre cobijado, siempre temeroso. Pese a todo y extrañamente, no tenía miedo.

Después de horas alejado de toda percepción física, desperté y noté su aliento en mi mejilla. Me giré, sobresaltado, y rápidamente percibí sus dedos entrelazados con los míos. Las paredes de cartón se habían convertido en muros infranqueables y el feble suelo de madera roída en un césped puro como el cielo estival. Entre las hojas, sus ojos verdes somnolientos parpadeaban tímidos y, por un momento, llegué a sentir un sol cegador caminando a través de un pequeño tragaluz. Si no hubiese llegado a saber que aquel día la ciudad se inundó, habría creído que la lluvia, a su lado, no era más que un cruel invento de la imaginación. 

jueves, 7 de agosto de 2014

mármol

Me levanté, al atardecer, y habría jurado que el sol todavía brillaba en lo más alto de aquel cielo gris cubierto de desesperación. Nunca creí realmente que su brillo se fuese a apagar. ¡Era cegador! Tampoco comprendí su ciclo, ni se me ocurrió jamás preguntar al respecto. Tú volabas como una maldita ave fénix, resurgiendo entre el fulgor de la luz pasada, mientras yo, aquí postrado, apenas puedo todavía mirarte a los ojos sin que se estremezca cada rincón de mi cuerpo.

Supongo que siempre he sido un simple idiota persiguiendo tu lánguida sombra, soñadora de noches cálidas rodeando tus pies con la imaginación. Tus sábanas fueron mi refugio durante eternidades gélidas, pero un día decidiste que su calor no congeniaría más tiempo con mi pelo desordenado y mis ideas de vagabundo por tus ojos. Me expulsaste, cerrando la puerta con tal fuerza que apenas tuve tiempo para escurrir mi ropa entre sus rendijas. Y esperé. Vaya si lo hice.

Sentado en tu portal como un moribundo en una tempestad enloquecida, divagando sobre las ondas de tu aspereza y volando a través de tu ventana sin respiradero. Pretendí volver a ti, noche y noche, pero nunca fui lo suficientemente valiente. Nunca lo he sido. Hoy, aquí, te echo de menos. Y no lo digo por el mero hecho de que no estés a mi lado, sino porque contigo voló mucho más que tu aroma a sal y amapolas. Tras tus pasos se desvaneció una enorme parte de aquello en lo que yo mismo había logrado convertirme. Un pedazo de mí y de ti. Algo que se elevaba en el viento sin intención de mirar atrás. Sin tu océano de miradas. Sin rastro del amanecer nocturno.

domingo, 3 de agosto de 2014

apenas muchísimas veces

No he entendido del todo el por qué de tus manos escurriéndose tras mi puerta. Puede que simplemente sea mi cabeza, desordenada, abofeteada, la que ha dibujado tu silueta bajo cada puente, observándola a continuación con simple pero atento mirar, sintiéndola en mis dedos como si el tiempo se detuviese por un instante y, de nuevo, pudiese llegar a sentirte, sentada, a mi lado, gritándome en silencio. Nunca te pedí más. Vivirte era como recordar un mismo sueño día tras noche, abrazándonos en un círculo de fuerza portentosa pero delicado a la vez, sin límites pero también sin objetivos.

Nunca nadie entendió, tampoco, el por qué de que mis pies se adormilasen al perseguirte, de que mis ojos vagueasen en el momento en que girabas en la esquina más cercana. Nadie comprendió que mis pulmones, vacíos de tu respiración, jamás podrían volver a coger aire sin tenerte cerca. Nadie se hizo una idea de lo que podría haber llegado a escalar por tu sonrisa, de todo lo que podría haber imaginado con mis sueños de simple idiota enamorado, de cómo mis dedos podían haberse deslizado sobre una hoja de papel sólo con escuchar tu tímido resplandor.

Cada detalle de tu figura, cada matiz de tu sombra, todo ello me ha valido para crear en mi mente de absurdo cobarde una viva imagen de lo que significamos. Habríamos roto el universo si nos lo hubiesen pedido. Éramos invencibles. Invenciblemente opuestos. Y en ese eterno océano que nos separa, partículas de estrella se alinean para unirnos. Sé que lo hacen. Me encantan las estrellas. Me encantas tú.

jueves, 31 de julio de 2014

yemas desdibujadas

Vuelvo a estar aquí sentado. No ha pasado tanto tiempo como parece, aunque desearía que fuese todavía menos. Las cortinas siguen tambaleándose, a pesar del sol, de la misma forma en que lo hacían en las más frías noches de invierno. Siguen rasgadas, plagadas de lágrimas, soñadoras ante la infinidad de días y noches que han sido vagabundas de tu recuerdo. No siento nada distinto, sigo sin tomar conciencia de mi situación. Tras luces y sombras bailando entre la nada, aquí estoy, lejos, muy lejos de encontrarme entre tus mareas. Todavía siento en mi frágil espalda el frío tacto de tus escaleras, en las cuales me posé durante horas, viviéndote, pensándote, amándote con desenfreno. 

Siempre bromeamos con tu vuelo apacible y con los acordes que brotaban, sin sentido, de la guitarra rota de Robe Iniesta, cubriéndonos sin compasión, alcanzándonos y entendiéndonos como nadie más podía hacerlo. Tú y yo nunca pudimos definirnos, pero siempre fue nuestra volatilidad la que nos hizo inmortales. Brillábamos como una sola estrella, cubriendo el mayor de los cielos con una abrumadora luz, nos quemábamos con nuestro propio fulgor y, diablos, era casi perfecto. Éramos endemoniadamente inflamables y amábamos serlo. 

"Si he tardado y no he venido, es que ha habido un impedimento". Nunca pensé en perderte como una realidad. Eras mis pies en el suelo, mi enlace con el mundo real. Dibujabas mi curva perfecta, trazándola con indiferencia, con tu dulce estilo para ser absolutamente única. Me robaste. No. Me desnudaste. Estúpido de mí, que nunca hice de tu estación un lugar transitorio. Me salté todas las paradas intermedias para alcanzarte. Llegado el océano, sólo queda aferrarme a este acantilado epopéyico y esperar que el viento no me haga precipitarme al vacío. Sin ti. Sin vida.


martes, 22 de julio de 2014

sooner or later

Por ti. Porque no sé cómo lo has logrado. Casi doscientos días llevo ya sin rozar tus mejillas. Severo infierno. Nunca pensé que ocurriría. Me habría despedido escuchando a tu pelo, oliendo tu voz e infinitas cosas más. Eras mi faro y miento al hablar en el tiempo equivocado. A día de hoy sigues distorsionando mis límites oníricos, creando entre tú y yo una barrera insostenible.

¡Te quiero! Son palabras. Pero qué palabras cuando representan un sufrimiento. Te lo digo sin complejos. Te quiero. Te perdí. Y sigo lamentándome, estúpido, tras tu ventana. Cuantas rosas pensé en dejar tras tu portal, y qué falta de valentía hubo en mi voluntad. Te fuiste. Y contigo, me fui yo. Ayúdame a encontrarme.

viernes, 30 de mayo de 2014

burbujas de cemento

Rompí la puerta y lo hice por ti. No pretendí acercarme de forma brusca, en mi mente todo aquello se producía a una velocidad ridícula, las partículas de oxígeno no se movían, simplemente ahí estabas, iluminándome como cada noche, y yo, lanzándome a tus brazos sin preguntar apenas por qué. ¿Acaso hacía falta? La obra continuaba y yo no quería ni por asomo hacer que dejases de ser su absoluta protagonista. ¡Disfrutaba viéndote actuar, maldita sea! A través de tus ojos vidriosos juraba contemplar todas aquellas impensables respuestas a ninguna pregunta. Trazaba mi órbita irregular en torno a ti, siempre impertérrita, siempre protagonista, siempre tú...

"¡No pares de bailar!", gritaba, mientras tú, inmóvil, me mirabas con condescendencia. "Yo no bailo y tú no escribes, yo no brillo y tú no ves", decías, soberbia, mientras mi mirada se quedaba desnutrida en un rincón, sin recrearte, sin pensarte, sin apenas generar tu tan desgastado reflejo en su retina. Te esforzabas por retroceder lentamente, lo hacías sin que el público se diese cuenta, pero entre bastidores el océano comenzaba a inundarnos y era inevitable desear ahogarme a tu lado.

Sin embargo, en tu cápsula desértica no penetraba el agua más desatada, seguías allí, en el centro de aquel huracán silencioso, esbozando una melancólica sonrisa que se apoderaba, sin piedad, de mi dulce inmadurez estival para dar paso a una caída gris sin retorno. Tu pelo, inmenso y voraz como el mayor de los continentes, disparaba sus coletazos sin guía ni dirección, golpeándome repetidamente, dejándome aturdido y besando un frío y atónito suelo otoñal.

Los juegos de manos eran tu punto fuerte pero quisiste terminar con aquellos temibles fuegos artificiales que te permitirían desaparecer. Los asistentes abandonaron sus butacas y yo sigo aquí, sentado en primera fila, contemplando la huella que tu zapato izquierdo dejó en el parqué, sin poder desviar la mirada de la lágrima bañada en rimmel que decoraba aquel anfiteatro vacío. Te llevaste las llaves. No debiste hacerlo. Pero nunca fui capaz de denegar tu voluntad, y, ¿por qué engañarnos?, seguiría sin hacerlo hasta que la mayor de las estrellas disipase su calor.

viernes, 2 de mayo de 2014

introduzca día y hora

He divagado en círculos concéntricos durante varios milenios buscando explicaciones. No creo que en ningún momento haya querido saber nada. Nunca he tenido tal intención. Pero en ese instante en que las palabras brotan y nada ni nadie puede contenerlas supongo que es absurdo intentarlo. De hacerlo habría vuelto a estar destinado a perder. Supongo que he querido callarme. De nada sirve.

Desde el momento en que la tierra se desvaneció y caí en un espacio sin límites ni localización, sentí que por dentro me invadía una nada de poder inagotable. Una nada que carcomía el todo de mi existencia, una nada que navegaba, sin más, por mi cuerpo desnudo de ti, por mis sueños calcinados en recuerdos y tu pelo flotando, indiferente, entre océanos de tiempo que permanecían asolando mis días, los cuales se fundían sin mayor intención.

Mis palabras y tus ojos volaron creando torbellinos de aire enloquecido, sigo creyendo que en ese momento habría sido mejor quedarse al margen y no involucrarse, pero siempre he sido un idiota y tú nunca olvidaste recordármelo. ¿Qué cuál ha sido mi error? Mi error, mi puto error, fue no coger ese tren delante del cual desapareciste. Te alejabas como se disipa la luz de un faro, y mientras lo hacías, simplemente fui incapaz de reaccionar.

Ahora me subo a la azotea y contemplo todo con los mismos matices, la misma simpleza, el mismo rayo de sol cegándome sin compasión. Lo observo y no parece que haya alternativa que girar la cabeza. Supongo que no quería dar por perdida la luz solar. Pero los tiempos cambian. O eso dicen.

sábado, 8 de febrero de 2014

música de cristal

Aquí me tienes, de rodillas. La piel se derrite contra el cemento como jamás lo había hecho antes. No parece existir la piedad. ¿A quién le importa? Tarde o temprano volaremos en nubes de autoengaño de nuevo. Sólo es cuestión de tiempo, llegará. Volaste tan alto que dudo que pudiera haberte alcanzado. Soñé con romper los límites pero acabé roto yo mismo. Y mientras, esa botella seguía al borde de la mesa, a punto de caer, a escasos milímetros de deslizarse por el borde de nuestro acantilado y explotar en pequeñas moléculas de vidrio enloquecido y extremadamente punzante.

Lo bonito es detenerse en el camino, girarse un segundo y observar, aunque sólo sea por un instante de lívida moralidad, a esa realidad que te protege. Nunca me permitiste conocerte. Cada mañana, mientras ese viento gélido penetraba a través del frágil mármol de mi pared, me disolvía en mi interior entre impotencia y millones de tambores. Tú eras mi esperanza. Y te desvaneciste tan rápido que no soy capaz de sentirme en casa recordándote.

Mi estabilidad voló. Voló sin motivo, sin estaciones, sin putos cambios climáticos. Pero ya no está aquí. Siempre fue adicta a los vinilos de los Jefferson Airplane y nunca le hice caso. Quizá por eso ya no esté. Dudo que Grace Slick te vaya a hacer más feliz de lo que mi alma de estúpido arrogante podría haber ofrecido. A Jim Morrison le valió, pero ya no es lo que era.

Ahora toca bailar y drogarse con electricidad.

jueves, 23 de enero de 2014

lágrimas caramelizadas

La silla chirriaba hasta tal punto que no podéis imaginároslo. Sin embargo allí estaba yo, balanceándome, sin trampas y realmente sin nada que a primera vista preocupase a un elefante. Pero estaba allí. El ligero movimiento de mi espalda hacía que las nubes se meciesen mutuamente en lo que suponía un acorde hacia la armonía definitiva. Es difícil describir algo tan abstracto como el amor, pero supongo que estaba allí. No hacía nada, simplemente estaba. Se introducía en el engranaje, lo engrasaba y, maldita sea, lo hacía funcionar. Era algo extraño. Extrañamente maravilloso.

El reloj, al otro lado de la habitación, movía sus agujas con su habitual prisa calmada, sin detenerse en ningún punto pero tomándose un respiro a cada segundo. Nuestras miradas se cruzaban como espadas en alto, sin perdón ni remordimiento. Los labios me sangraban hasta tal punto que el sabor de mi propia sangre comenzó a inundar la percepción de una realidad asombrosa. La batidora, posada sobre el mármol inerte como un asteroide inefable, goteaba un líquido rosáceo de olor descafeinado. Poco a poco, su densidad se reducía, y a medida que el antiguo manjar se disolvía la realidad ganaba puestos hacia lo más alto.

En el momento en que se rompió la primera pata de aquella silla apenas le di importancia. El equilibro seguía siendo posible, jodidamente posible. El balanceo era menos acentuado pero se disfrutaba más. Sonaba como un movimiento deslizante, sin aforismos, desnutrido pero a la vez ardiente, sin contemplaciones ni deseos incumplidos. Su magia se evaporaba como el deseo de verano de dos jóvenes enamorados, quizá en mayor grado, en el grado que describe a la naturaleza del ser humano, que enseña en realidad lo que está escondido debajo de la piel, lo que muestra la inocencia, el miedo, la soledad. La transparencia nunca fue buena amiga del amor. Nadie se lo explicaba pero su relación era un tormento de magnitudes desproporcionadas. Improvisación desmedida, cortinas corridas con la prisa de un amanecer descontrolado.

Las sábanas ardían y otra pata cedía ante la humedad del cesante invierno. Yo pensaba que podría alcanzar otra primavera pero no fui más que un puto gilipollas.